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Lo que debemos al Islam

Por Fernando Sánchez Dragó

Lo que debemos al Islam

Ante todo quiero manifestar mi gratitud, muchas gratitudes. Hace esca­samente dos o tres semanas Isidro Palacios me localizó en un lugar ignoto del Extremo Oriente, que es donde estoy viviendo en estos momentos y me dijo que si quería intervenir en estas jornadas... Le dije que me venía a con­trapelo pues acabo de llegar de allí, a veinte horas de avión aproximadamen­te, y mañana me vuelvo otra vez; estoy, por tanto, un poco aturdido con el jet‑lager, con el desbarajuste biológico y ecológico que introduce en un ser humano esos saltos horarios continuos. Sin embargo, no podía decir que no porque yo tengo una deuda de gratitud con el Islam. He vivido bastantes años en países islámicos; he estudiado árabe clásico precisamente en las au­las de esta Facultad; por cierto, quiero mostrar también mi gratitud al Sr. Decano por permitirme tomar la palabra aquí, porque en este lugar es donde yo, más o menos, empecé a hablar en público por primera vez y recuerdo en una de esas primeras veces que  yo entré en este Paraninfo con motivo de la muerte de José Ortega y Gasset organizó el Decanato de la Facultad un homenaje que fue muy politizado —claro que estoy hablando del pleno fran­quismo—, y en ese homenaje tomó la palabra quien había sido compañero y amigo de D. José Ortega y Gasset, el gran arabista, el Profesor García Gómez, el cual había sido profesor mío en estas aulas. Recuerdo el batibu­rrillo que se armó cuando García Gómez empezó su intervención en aquel homenaje a Ortega diciendo algo tan inocente como “Yo que soy  liberal...”. En ese momento, todo el público se puso en pie y lo aplaudió. Eran otros tiempos.

A la entrada de esta Facultad, en la que yo estudié dos carreras, había entonces y supongo que sigue ahora, una inscripción que decía Siste Viator (Detente Caminante), al menos en lo que a mí se refiere, nunca mejor apropiada esta frase porque realmente vengo de tierras muy lejanas y me vuelvo otra vez a tierras muy lejanas.

Decía que tengo una deuda de gratitud con el Islam por muchas cosas

En primer lugar, por la herencia española. No se puede ser español sin sentirse musulmán, sin sentirse islámico, sin sentirse gente del Norte de África y del Extremo Occidental de Asia.

En segundo lugar, por ese concepto del Honor y la Hidalguía que ha sido la columna vertebral durante muchos siglos del ser, del existir y del quehacer de los españoles y que debemos, como tantas otras cosas, a los árabes. El concepto de Hidalguía, es decir, el concepto de ser “hijo de algo”, hijo de sus propias obras, es un concepto perfectamente ajeno a Ia visión del mundo del pensamiento occidental, es algo que llega a España de manos de los árabes o de los musulmanes y aquí hecha raíces.

También tengo que manifestar mi gratitud al mundo musulmán por el concepto de Guerra Santa. El concepto de la guerra santa para una persona como yo que se define, con razón o sin ella, para bien o para mal, como un guerrero, es muy importante; porque a raíz, a partir del momento en que se introduce este concepto, los militares dejan de ser militares para convertirse en guerreros; la diferencia entre un militar y un guerrero es radical, es abismal: un militar vive de la guerra y, por tanto, fomenta las guerras, las inventa, las promociona; un guerrero, lo único que intenta, por su actividad de Justicia, de Fortaleza y de Templanza, es evitar precisamente los efectos de las guerras.

Al mismo tiempo, en paralelo a esta introducción en la historia militar del mundo del concepto de Guerra Santa, eso tan español que llamamos Ordenes Militares, que es también la transformación de un militar en caballero, es algo que es también herencia musulmana. Las órdenes de caballería, las órdenes militares, proceden de lo que entre los musulmanes se llama el Ribat, de donde viene la palabra, hermosamente española, Rábida, que era una especie de convento militarizado, de cenobio amurallado, y ahí es donde surge el concepto de la Caballería, donde nace la idea de la Orden Militar, y van a ser los cristianos cuando viajan a Tierra Santa, en los siglos de las Cruzadas, los que van a entrar en contacto allí con el mundo árabe, recibir este concepto Y trasplantarlo a España y a todo el mundo occidental. Pero en ninguna parte arraigó tanto ese concepto como en la Península Ibérica.

Mi gratitud también al mundo islámico por la poesía arábigo‑andaluza, que es la que ha permitido el florecimiento, por ejemplo, de la generación del 27 sin ir más lejos. No hubieran existido todos esos grandes poetas españoles sin el precedente de la poesía arábigo‑andalusí, que no fue descubierta, pero sí traducida, estudiada y puesta en órbita por Emilio García Gómez. Y gratitud por todo lo que es la visión del mundo de Al Andalus.

Gratitud igualmente, por la Escuela de Traductores de Toledo, gracias a la cual nació, entre otras cosas, ese concepto de Europa, ahora tan discutido, y del que hablaré brevemente en el transcurso de esta intervención.

Gratitud por cosas muy personales. Terminé mi Historia Mágica de España en la maravillosa ciudad de Fez y desde la ventana de mi domicilio, que estaba en la Ville Nouvel, en la Ciudad Nueva, en la ciudad francesa de Fez, yo veía Fez‑El‑Bali, la vieja medina de Fez que había sido levantada precisamente por mis antepasados, por los andalusíes que salieron huyendo de la revuelta del Arrabal de Córdoba en el siglo IX, y que se establecieron en Fez y allí levantaron este portento, esta maravilla, este laberinto de los laberintos.

Gratitud también por cosas como el Cus‑cus, al que no deberíamos llamar así, sino Al Cuz‑cuz que es como se llamaba antiguamente en España; y por el té a la menta o el té con yerbabuena. Gratitud también por el hachís que a mí, personalmente, me cambió la vida.

Gratitud porque el Islam, y los que hemos nacido y vivido en el seno del judeocristianismo sabemos hasta que punto puede ser importante esto, nos ha dado el ejemplo, nos ha marcado la pauta, nos ha señalado el camino de una religión sin iglesia, de una religión sin liturgia, o apenas sin liturgia y, en fin, por tantas otras cosas.

Suelo decir que algún día tendré que escribir, inevitablemente, un libro sobre el Islam; no sería un libro erudito, ni un ensayo filosófico, sería un libro vivencial y ya se como se va a llamar ese libro. Llevará el título, en lengua árabe, de tres palabras, por lo tanto, de tres conceptos que definen y delimitan perfectamente lo que es la peculiar filosofía, la peculiar manera de enfrentarse a la existencia que tiene el Islam; esas tres palabras son: Insha’Allah (Si Dios quiere), Boukra (Mañana), Shuai‑Shuai (Despacito)... Yo creo que al mundo de hoy, islámico y no islámico, le vendría bien asimilar estos tres conceptos y aplicarlos.

No tengo mucho tiempo, apenas treinta minutos, pero voy a intentar abrir algunas ideas de penetración en el fenómeno islámico; caprichosamente elegidas, algunas de estas líneas podrán ser ahondadas y profundizadas por los ponentes en estas jornadas sobre El Islam y el Nuevo Orden Mundial, y otras serán simplemente abandonadas.

Creo que inevitablemente me tengo que referir, puesto que estamos en España, en la Península Ibérica, en el Imperio de Occidente, puesto que estamos en Al Andalus, me tengo que referir a ese fenómeno sin parangón en la Historia Universal que fue el Islam en España. Y querría empezar evocando la figura del prototipo del guerrero ibérico, evocar la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid que, como sabéis todos, se llama así por palabra árabe y no castellana: Sidi (Señor). La mayor parte de lo que sabemos sobre el Cid es gracias a las crónicas árabes. El Cid que pasa por ser el gran paladín de lo castellano, de lo centrípeto de la España profunda judeo‑cristiana, era, sin embargo, un individuo que pasó a la historia gracias a los árabes. Fueron los árabes los que recordaron su memoria y los cristianos recogieron esta memoria precisamente de las crónicas árabes. A mí me fascina el Cid  porque es la figura del caballero mozárabe. Cuando estaba escribiendo la Historia Mágica de España, en caracteres kúficos me hice hacer un tarjetón que coloqué en la puerta de mi casa donde decía Fernando Sánchez Dragó Al-Muzarabi, el mozárabe. Bueno, no hacía sino repetir lo que muchos siglos antes había hecho ese compatriota mío y vuestro que fue Rodrigo Díaz de Vivar.

Hay un momento, dramático, en la Historia de España, porque es quizás cuando por primera vez y con más virulencia se plantea esa antinomia que es la tradición y el plagio. El primer momento en que de una manera drásti­ca se rompe con la tradición; me estoy refiriendo al reinado de Alfonso VI, el rey que se casa en cinco ocasiones y todas ellas con infantas francesas, que conquista Toledo, el rey, bajo cuya férula se exilia el Cid de las tierras cristianas y pasa el resto de su vida guerreando en tierras de moros y sirvien­do siempre a reyes moros, no a reyes cristianos. ¿Por qué sucede esto? Sucede porque en Francia y en Italia, la Roma de la época no podía tolerar la gran herejía que significaba que, en aquellos siglos, en que todo el rito, to­da la liturgia, todo el lenguaje eclesiástico del mundo cristiano se hiciera se­gún el rito galicano o rito latino, aquí, en cambio, tuviéramos otro rito, pro­piamente ibérico: el rito mozárabe. Durante muchas décadas, el Rey de Francia desde París, y el Papa desde Roma, presionaron y presionaron a los reyes, a los nobles, a los clérigos de la jerarquía eclesiástica española, para que abandonaran el rito mozárabe e incorporaran el rito galicano, el latino. Todo el pueblo se resistía, todos los nobles, todos los próceres del Reino, todos los obispos, todos los cardenales... Pero Alfonso VI, en el momento en que sucede esto, que es concretamente en el 1064, estaba presionado por la que entonces era su esposa, Doña Constanza, que era una borgoñona, y también estaba presionado por los monjes de Cluny. Fue entonces cuando los cluniacenses entraron en la Península Ibérica, se apoderaron del antiguo Camino de las Estrellas que conducía al Finisterre Occidental, hablo del Camino de Santiago; desviaron ese camino y lo convirtieron en un negocio itinerario, turístico, apartándolo de los lugares de poder, de los Chakras cósmicos y telúricos que eran los que marcaban y jalonaban este camino. Como no hay mal que por bien no venga, tenemos que agradecer a los monjes cluniacenses el transplante a España, y concretamente a las zonas de Galicia y León, de las cepas de vinos del Rhin y del Mosela; gracias a ello, podemos hoy degustar ese vino maravillosamente f’rúté, que es el Albariños.

En el año 1064, el Papa envía a España un legado pontificio —Ubo Cándido— con la misión de unificar a cualquier precio la liturgia. El rey Alfonso VI, presionado por su consorte gabacha, presionado por los monjes cluniacenses, presionado por el Papa y por el Rey de Francia, acaba siendo favorable a la transformación del rito mozárabe al rito latino. Pero se oponía, como se ha dicho hace un momento, prácticamente todo el pueblo español y también todos los nobles de España. Entonces el Rey decide montar en Toledo una farsa, una ordalías, un juicio de Dios; rememorando, más o menos, aquello que nos cuenta Voltaire en el Diccionario filosófico sobre el Concilio de Nicea, dice que se va a encender una hoguera en los salones de palacio en Toledo y que se van a arrojar a esa hoguera en presencia de todos los pares y nobles del reino, un libro latino y un libro mozárabe y que el que no se queme será el que se impondrá. Y parece ser que el libro que no se quemó fue el libro mozárabe, sin embargo, el rey pegó un puñetazo e impuso el rito galicano; fue entonces cuando el pueblo español acuñó la vieja frase convertida luego en proverbio, de “allá van leyes do quieren reyes”.

Es un momento dramático para la Historia de España, y lo es porque todo el viejo saber, todas las tradiciones de los primitivos pueblos ibéricos estaban conservadas en códices escritos en caligrafía mozárabe o visigoda. Cincuenta años después, cuando muere la generación que sabía leer e interpretar esas caligrafías, se produce una ruptura con todo el saber tradicional; nadie es capaz ya de leer esos documentos; prácticamente, es como si España empezara sin tradición alguna, sin pedigrí alguno, sin curriculum alguno; empezaba una nueva andadura. Es la primera vez que se nos obliga a renunciar al inconsciente colectivo; vendrán otras veces y vendrán siempre de la mano de Francia, de la mano de Italia, de la mano de eso que se llama Europa, en estos momentos, Europa de los Mercaderes.

Es también en ese momento, en que el Cid, gran caballero de Castilla, gran paladín de la España profunda, caballero mozárabe como era, decide exiliarse y pasar el resto de sus días combatiendo en tierras musulmanas a favor de unos u otros reyes; únicamente volverá a incorporarse el Cid a las armas castellanas cuando se produce el segundo desembarco en la Península Ibérica del Almorávide Yusuf; entonces sí, interviene en la Batalla de Sagrajas, junto a otros muchos otros reyes de taifas porque lo que representaba la llegada de los almorávides era, ni más ni menos, lo que, salvando las distancias, es eso que hoy llamamos integrismo.

En los dos extremos del Islam, en Irán y en la Península Ibérica, por obvias razones de alejamiento geográfico, habían florecido las flores de la libertad. No se estaba sujeto a la ortodoxia de Bagdad, o a la ortodoxia de Damasco como lo estaban las regiones mucho más cercanas a estas dos ciudades, y eso fue lo que permitió en Irán y en la Península Ibérica el florecimiento del Islam en libertad, un Islam en el que se podía beber vino, un Islam en el que se podían componer poemas a la amada, un Islam sensual, un Islam pagano en el mejor sentido de la expresión, y un Islam libre en el que florecieron toda clase de gnosticismos, toda clase de pensamientos místicos, toda clase de pensamientos libertarios.

Yo creo que la parábola del Cid nos propone un ejemplo que deberíamos tener muy presente en un momento como éste, en el que España ha renunciado a su soberanía para cederla a los mercaderes de Europa.

El otro momento inevitable que tengo que evocar aquí para hablar del Islam español es el de la Escuela de Traductores de Toledo. Como sabéis todos, esta escuela tiene dos grandes momentos. Uno se produce en las primeras décadas del siglo XII bajo la férula de Alfonso VII y el segundo, a mediados del siglo XIII bajo Alfonso X El Sabio. A mí me produce mucha risa cuando se habla de si España debe estar presente o no en Europa, ¿en qué Europa debe estar presente España? ¿En la Europa de los mercaderes, en la Europa que está convirtiéndose en un monstruoso castillo de insolidaridad respecto a los seres humanos y respecto al resto del mundo? ¿En la Europa de Maastricht o en la Europa de Beethoven, en la Europa de Miguel Ángel, en la Europa de Leonardo, en la Europa de Velázquez, en la Europa de Cervantes? En esa Europa que de verdad puede interesarnos no tenemos que integrarnos porque la hemos hecho nosotros; esa Europa existe gracias a la Península Ibérica y existe, mejor dicho, gracias a esa Escuela de Traductores de Toledo que, para mí, es el momento estelar de la Historia de España. Durante los siglos XII y XIII sabios judíos, sabios musulmanes y sabios cristianos en perfecta armonía, en perfecto equilibrio, en perfecta compatibilidad, se sientan juntos aprovechándose de una atmósfera de tolerancia como nunca ha vuelto a producirse en la historia de este país, y se dedican a traducir al latín y, a veces, a las lenguas romances, todos los clásicos del pensamiento judío y árabe, donde se habían refugiado Platón, Plotino, Aristóteles, todo el pensamiento greco‑latino que había sido olvidado por Europa; los traductores de la Escuela de Toledo recuperan esos textos, los incorporan a través del latín al acerbo europeo y eso es lo que permitirá, andando el tiempo, dar origen a la gran eclosión del Renacimiento y después la gran eclosión de las Nacionalidades.

No existiría Europa sin la Escuela de Traductores de Toledo y es, por tanto, grotesco que a estas alturas se nos hable de la necesidad de integrarnos en ella. Gracias a la Escuela de Traductores el pensamiento de hombres como Abd‑El‑Aziz, como Costa Ben‑Luca, como Al Fergan, como Avicena, como Averrores, como Maimónides, como Avicebrón, como Yehudá Aleví, como Ibn‑Masarra,... son salvados del anonimato y, en definitiva, son salvados de las hogueras que en seguida se iban a encender.

La tercera vía de penetración al Islam español que yo os propongo y que es inevitable, es la del misticismo. Miguel Asín Palacios, gran arabista, casi padre del pan‑arabismo, en el buen sentido de la palabra, hablaba del viaje de ida y vuelta del pensamiento religioso, del pensamiento místico desde el Cristianismo hasta el Cristianismo; se refería con ello a cómo los maestros del Sufismo en España, al pasar el Islam por Egipto y otros países del Norte de África y entrar en contacto con los Padres del Yermo, con los hombres de Alejandría, con los cristianos coptos, recibieron el mensaje iniciático de Jesús lo trasladaron al Islam y después, desde el Islam, desde lbn-Masarra, desde Muignuhdin Ibn‑Al‑Arabi, desde otros grandes pensadores místicos del Islam español, fue devuelto al Cristianismo. No existiría Juan de la Cruz, no existiría Teresa de Jesús, no existida Miguel de Molinos, no hubieran existido los Alumbrados, los Quietistas, los Dexados, sin el precedente de estos “locos de Dios” que protagonizaron durante varios siglos y, concretamente, durante los siglos de los Reinos de Taifas, esa recuperación de un misticismo que venía del Cristianismo pero que era universal, porque el único lenguaje universal que existe sobre la faz de la tierra es el lenguaje de los místicos. Los místicos hablan el mismo lenguaje en todas partes.

En aquellos siglos, todo el sur de España se convirtió en una llama, una llama de fe, una llama de devoción, una llama de sublime locura mística... Almería, Sevilla, Córdoba, Murcia, Mérida eran lugares muy parecidos a lo que hoy pueda ser Benarés en las orillas del Ganges; eran lugares poblados por derviches, por monjes giróbagos, por ascetas, por Santos del Yermo, por Faquires, por Gurúes, en definitiva, por “locos de Dios”.

Tengo que mencionar el nombre de lbn‑Masarra, al que se llamaba “el nuevo Empédocles”, eslabón perdido entre el Islam y la Tradición Hermética neo‑platónica y cristiana. Tengo que mencionar, aunque no era musulmán pero casi lo parecía, a Raimundo Lulio o Ramón Llul, el hombre que cuando nadie en aquella época se le hubiera ocurrido estudiar árabe, estudió árabe y se fue a “tierra de infieles”, a Siria, a Palestina, a Egipto, a Etiopía, a Mauritania, y se dejó mesar las barbas en Bona por una muchedumbre enfurecida y estuvo a punto de ser linchado en Bujía y por fin, rindió el alma en su tercera llegada a Bujía donde fue lapidado. Raimundo Lulio es otro de esos eslabones perdidos entre el pensamiento medieval y el pensamiento renacentista, entre el viejo Corpus Hermético de Alejandría, el misticismo cristiano y el misticismo del Islam.

Muigdin lbn‑Al‑Arabi es uno de los grandes españoles de la historia. Murciano nacido en 1165, su vida reproduce la misma vida de lbn‑Masarra, la misma vida de Raimundo Lulio, la misma vida de Prisciliano, aproximadamente siete u ocho siglos antes. Místicos que eran libertarios, místicos que viajaban rodeados de mujeres, místicos que no desdeñaban ninguno de los placeres de la vida, místicos de la “mano izquierda”. lbn‑Al‑Arabi escribe dos libros, Las Futuhat y El Fusus que son prácticamente desconocidos en España, su patria, sin embargo, son best‑seller en todo el mundo musulmán.

Asín Palacios ha demostrado cumplidamente, y yo no puedo hacer aquí más que mencionarlo, cómo todo el lenguaje de los místicos cristianos desde La Divina Comedia de Dante hasta Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Miguel de Molinos es un lenguaje y un pensamiento calcado de la falsiya del masarrita, de la falsiya de lbn‑Al‑Arabi y de la falsiya del Zoar de Leol que, como sabéis, es el libro fundacional de la Cábala.

Voy a leer muy rápidamente unas líneas de lo que yo decía a propósito de mi libro Gargoris y Habidis, donde señalo la coincidencia de los métodos, el léxico, el ideario e incluso, las imágenes líricas propuestas en épocas diferentes por los derviches de Al Andalus y por los monjes de Castilla: “La anchura y apretura del alma, su vacío y desnudez, los símbolos del día y de la noche oscura, las metáforas del velo y el espejo, del súbito relámpago, de los átomos que flotan sobre los rayos del Sol y el agua ex­traída de las entrañas de la tierra, así como todo el ambicioso juego del éxtasis y el rapto, distinguiendo entre simple inconsciencia Y genuina aniquilación del espíritu en Dios, se revelan patrimonios superpuestos de las dos razas y fruto común, en realidad, de un árbol hasta cierto punto ajeno y, en cualquier caso, muy superior (Las doctrinas profesa­das por los Padres del Yermo en el irreducible monacato del cristia­nismo Oriental).

Voy a abandonar esta vía de penetración del Islam a través de lo Ibérico y me voy a referir un poco a la actualidad, ya que, en definitiva, el tema de estas jornadas es “El Islam ante el Nuevo Orden Mundial”.

En estos momentos, hablar en Occidente de musulmanes, hablar de Mahoma, hablar del Corán, hablar del Islam, equivale prácticamente a ha­blar de “integrismo”; el común de los mortales, la opinión pública en general, está confundiendo el Islam con el integrismo. ¿Qué es un integrismo? Un integrismo es la aplicación literal de las Sagradas Escrituras sin reparar en el hecho, evidente, de que todas las Sagradas Escrituras, ya sean las cristianas, ya sean las hindúes, ya sean las musulmanas, utilizan un lenguaje simbólico y no un lenguaje real. Para entendernos, es como si leyendo un poema de Omar Khayyám, que cantaba al vino en sus poemas, en sus rubaiyatas cre­yéramos que Omar Khayyám era un borrachín sin reparar que el vino es una metáfora de la embriaguez mística, que era el principal objetivo de todos los sufis como Khayyám.

¿Integrismo musulmán?... ¡Pero si estamos viviendo una época de integrismos por todas partes! Qué enorme injusticia ésta de identificar el integrismo con el concepto de lo musulmán; tenemos un integrismo cristiano, horrible, monstruoso, ese que se expresa en la vieja frase que muchos de nosotros aprendimos en el colegio de que “fuera de la Iglesia no hay Salvación”. Tenemos un integrismo judío, el que hace creer a los judíos de que por el simple hecho de que hace dos mil años vivieron en Tierra Santa, en Palestina o Israel, llamémosle como queramos, eso les da derecho, no sólo a vivir, sino a gobernar de forma excluyente esos territorios. Integrismo de izquierdas, el igualitarismo... ¿Qué es el igualitarismo sino una forma de integrismo? ¿Hay algo más injusto que el igualitarismo, que consiste en hacernos creer a todos los seres humanos que somos iguales sin reparar en el hecho evidente para cualquier persona que no tenga telarañas en las pupilas, de que somos individuos irrepetibles, de que no hay dos seres iguales sobre la faz de la Tierra? Integrismo Yanqui, uno de los peores integrismos, el integrismo de Clinton, el integrismo del Nuevo Orden Mundial, el integrismo de quienes se arrogan el derecho a convertirse a través de la tecnología y del armamentismo, en gendarmes de todo el Universo. Integrismo del “Becerro de Oro”, del mercado, del consumo: integrismo del economicismo. Y todos estos integrismos, en definitiva, se encierran en uno, en el peor de los integrismos: el integrismo judeo‑cristiano del mundo occidental.

Y a este respecto, quiero aprovecharme de algo que ha escrito un hombre al que yo admiro extraordinariamente y que está sentado en estos momentos aquí, me refiero a Roger Garaudy, que es uno de los pocos occidentales que se ha librado de ese tremendo karma que tenemos en Occidente y que en un libro extraordinario titulado “¿Tenemos necesidad de Dios?”, nos dice a propósito de todos estos integrismos: “Desde hace cinco siglos, con el nacimiento del Colonialismo que lla­mó ‘evangelización de los indios’ a la invasión, la conquista, la matanza y el genocidio, Occidente ha dado el peor ejemplo de integrismo, es decir, la pretensión de poner la verdad absoluta y, por consiguiente, de tener, no sólo el derecho, sino el deber de imponerla a todos los demás.
Esa larga continuidad en la dominación ha creado una consecuencia perversa: antaño, una iglesia, un Dios, un rey; hoy una cultura, una téc­nica, un orden mundial; ‘fuera de la Iglesia no hay Salvación’, ‘fuera de Occidente no hay civilización’ y siempre ‘fuera de mi verdad sólo existe el error’; siempre un ‘pueblo elegido’, el hebreo, el cristiano, el occidental; tal pretensión, apoyada en las armas, en el comercio y en las misiones, es la madre de los demás integrismos que han proliferado en el mundo”


Efectivamente, yo creo que todos los integrismos proceden de un concepto que es el del monoteísmo aplicado a la idea de Dios, en el que Dios, como se dice en El Génesis crea al hombre a su imagen y semejanza; el peligro de este monoteísmo es tremendo porque desemboca en una reducción de lo divino a imagen del hombre, en una apropiación de Dios al servicio de una raza elegida, es decir, a partir del momento en que se introduce en la historia humana ese monoteísmo del Dios que creó al hombre a su imagen y semejanza, estamos justificando toda la barbarie ecológica a la que asistimos actualmente. Nace en ese momento la eterna discusión de si el hombre es naturaleza o de si el hombre es historia.

El hombre es naturaleza; la naturaleza no forma parte del hombre, es el hombre el que forma parte de la naturaleza y, por lo tanto, lo verdaderamente sagrado es la naturaleza, y decir que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza es preparamos para ese antropocentrismo diabólico que está destruyendo la trama que permite el desarrollo de la vida y que, probablemente, nos está conduciendo a un callejón sin salida y sin posible retorno.

Garaudy describe este "Nuevo Orden mundial" este antropocentrismo del hombre occidental, diciendo que reposa en estos tres postulados que son los que nos están gobernando, que son los ejes de abscisas v ordenadas a los que, en estos momentos, llamamos "Nuevo orden Mundial", "cultura europea", "cultura occidental" "american way of life", etc.

Primer postulado: el postulado de Descartes; es decir, convertirnos en dueños y señores de la Naturaleza, de una Naturaleza reducida a su aspecto mecánico; poder establecer relaciones de dominio sobre una Naturaleza despojada de toda finalidad propia.

Segundo postulado: el postulado de Hobbes, que define las relaciones de los hombres con su célebre axioma el hombre es un lobo para el hombre, es decir, relaciones de competencia en el mercado, enfrentamientos salvajes entre los individuos y los grupos y, por tanto, relaciones de amo a esclavo; más aún, en el momento actual v contando con el desarrollo técnico alcanzado, el equilibrio del terror.

Tercer postulado: el postulado de Marlow, que en su Fausto anuncia­ba ya la muerte de Dios: Hombre, por tu fabuloso cerebro te conviertes en Dios y en dueño y señor de todos los elementos. De esta forma, quedan consagra­das la atrofia de la dimensión trascendente del hombre v el rechazo de todo valor absoluto.

 

¿Qué es eso que se llama integrismo islámico? A mí me recuerda mucho a una querella que estalló en el siglo XVIII en España, cuando los Borbones se establecieron aquí, en una de nuestras enésimas entradas en Europa y en el Mercado Común, y surgió eso que se ha dado en llamar querella de los cas­tizos y los ilustrados; los movimientos integristas musulmanes son, funda­mentalmente, un movimiento castizo, un movimiento de defensa de la pro­pia individualidad frente a la uniformidad del mercado, de ese Monoteísmo del Mercado que pretende imponemos el American way of life El mundo oc­cidental, que no entiende la cooperación, sólo entiende la competitividad, necesita siempre demonizar, necesita siempre poner un adversario. Caído el adversario comunista, desplomado el muro de Berlín, el nuevo adversario que se han inventado es el de los musulmanes, es el "integrismo musulmán"; por lo pronto, hablar de integrismo musulmán no es decir nada; el mundo musulmán, no es un mundo homogéneo, llega desde Marruecos hasta Filipinas en Extremo Oriente; no es lo mismo un musulmán pakistaní, un musulmán hindú, un musulmán filipino que un musulmán argelino o tunecino o egipcio. También los integrismos que existen en estos países son muy diferentes entre sí; el caso argelino es determinante y hay que mencionarlo: la tan cacareada democracia del mundo occidental ha preferido violar el resultado de las urnas en Argelia para apoyar un golpe de Estado militar que se oponía a la voluntad del pueblo soberano. A partir de ese momento se ha desencadenado en Argelia todo el caos horrible que estamos presenciando en los últimos años, esa guerra civil en la cual ya tirios y troyanos asestan palos a ciegas. Occidente está convirtiendo al integrismo en rasgo del mundo musulmán, es algo verdaderamente descabellado, es como si pretendiéramos definir lo español por el fenómeno etarra, o si pretendiéramos definir lo irlandés por el fenómeno del IRA. El integrismo musulmán y el integrismo que de él se deriva puede ser una anécdota, nunca un rasgo definitorio de lo musulmán. En definitiva, el programa de vida de los musulmanes ‑y es también lo que con mejor o peor fortuna, defienden los integrismos‑ se define en dos palabras: mezquita y familia. No es un mal programa, templo, Dios, trascendencia, espíritu, y luego ese ámbito de la familia que es la única célula de supervivencia verdaderamente eficaz contra todos los males del mundo moderno. Ahora, a los ojos del mundo occidental, ese programa tan sencillo, tan lógico, tan cuerdo, tan de sentido común, mezquita y familia, tiene un enorme defecto, y es que en la mezquita no se consume nada y en el ámbito de la familia se consume también muy poquito, y todo aquello que no es consumismo, según la lógica occidental, tiene que ser condenado al infierno.

Habría que hablar también del problema de la mujer en el mundo islámico. Una de las cosas que están defendiendo los musulmanes es el concepto de un desarrollo de la mujer que sea verdaderamente femenino; estamos asistiendo al desarrollo de un feminismo diabólico porque es un feminismo machista. Lo que se pretende (ahora están muy contentas las feministas del mundo occidental, incluidas las de la Península Ibérica, porque se ha conseguido que las mujeres asturianas puedan ser mineras, es decir tengan derecho a trabajar en un mundo verdaderamente infernal, o que sean sargentos, o que estén en el Ejército, o que sean ejecutivos con un maletín de Samsonite, etc.) es que las mujeres sean hombres ¿Eso es feminismo? No, eso es machismo. El feminismo verdadero, y yo creo que se encuentra perfectamente definido en el Islam, es aquél que pretende un desarrollo de la mujer desde la mujer, es decir, desde esa particularidad femenina que es el hemisferio derecho del cerebro, que es distinto al hemisferio izquierdo como ha corroborado la ciencia occidental, siendo éste último, propio de la condición masculina. La mujer gracias a ese predominio en ella del hemisferio derecho tiende a la síntesis, frente al varón que tiende al análisis; la mujer sigue más el camino del corazón que el camino de la razón, la mujer se interesa más por las letras que por los números, más por la intuición que por el estudio, más por el arte que por la ciencia, más por la familia que por el dinero, por lo concreto que por lo abstracto. Renunciar a ese hemisferio del eterno femenino, renunciar a ese valladar que ha sido la mujer a lo largo de la historia, celosa, vigilante del fuego del hogar, celosa vigilante de las tradiciones, celosa vigilante de la presencia de Dios en esta tierra, constituye, insisto en ello, un abominable machismo que el mundo occidental parece dispuesto a fomentar a cualquier precio.

No me queda tiempo más que para deciros que estas jornadas sobre El Islam ante el Nuevo Orden Mundial sean un granito de arena en la lucha contra ese integrismo del mundo occidental que intenta confinar al Islam en el ostracismo de las tinieblas exteriores. ¿Por qué odian tanto al Islam en Occidente?... Porque es la única alternativa seria, tangible, organizada, al Sistema. Muchos de los que estamos aquí, seguramente sentados en esta mesa, nos oponemos al Sistema, pero no creo que a Clinton le preocupe mucho lo que pueda escribir Isidro Palacios en Próximo Milenio o yo en mi Dragontea... Pero si le preocupa mucho lo que pasa en el Islam, porque es la religión que más ha crecido en todo el mundo, a distancia inconmensurable de las demás y eso no es en vano. El Islam representa la única fuerza potente, organizada, con millones y millones de personas que siguen el camino del corazón, que se oponen a esa uniformización tremenda de los usos y costumbres universales que es el American way of life, el mundo del consumo, el mundo de las multinacionales, el mundo del Monoteísmo del Mercado... De ahí su odio al Islam y por eso confío en que jornadas como estas, organizadas en un caldo de cultivo como debe ser toda facultad de letras, puedan ser productivas y puedan contribuir a que volvamos los ojos al Islam, que siendo españoles es como volver los ojos a nosotros mismos, con amor, con confianza y con el impulso de la complementariedad, nunca de la incompatibilidad. El Islam puede ayudarnos a derrotar a lo que, a mi modo de ver, son los caballos de Atila, o los jinetes del nuevo Apocalipsis: el antropocentrismo, el economicismo, el consumismo, el igualitarismo, el sionismo y el feminismo machista. Y todo esto, si os parece, gracias al Islam vamos a hacerlo, si Dios quiere, mañana y tranquilos, despacito, sin perder la compostura. Quedad con Dios o con Allah. Muchas gracias.


Conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid e incluída en el libro "El Islám ante el nuevo orden mundial" VV.AA. Ed. Barbarroja, Madrid, 1996.
Texto extraído de:http://es.geocities.com/paginatransversal/drago/index.html

Islamofascismo. La ola que nos anega

 Islamofascismo.   La ola que nos anega

 

Este artículo del escritor mexicano JOSÉ LUIS ONTIVEROS, adquiere su valor en medio del debate acerca de los conceptos que hay que desarrollar para articular una doctrina que sustente a quienes optan por formar filas del lado de los pueblos del mundo en su lucha por preservar y reforzar sus identidades nacionales y en contra de la mega-potencia única y global representada por la alianza USA-Israel.
Es un concepto que corresponde al tiempo que nos toca vivir, en el escenario de la Cuarta Guerra Mundial, esa guerra que los enemigos de los pueblos del mundo llaman "la guerra al terrorismo".




Islamofascismo
La ola que nos anega


Por: José Luis Ontiveros

En la ola que nos anega del neoconservatismo anglosajón, hay teóricos de esta corriente que, pese a lo siniestro de su propósito de lograr la expansión del fundamentalismo judeo-puritano a escala mundial, detectan nuevas categorías políticas, que ya estaban en el ambiente, y cuyo mérito reside en identificar como: el islamofascismo.

Más allá de la deformación deliberada del término fascista al que se refirió el propio comunista Togliatti, en función peyorativa y no analítica, ¿puede unificarse en un mismo espíritu de resistencia antimoderna, la vía sacra y heroica del Islam con los principios fascistas de corte revolucionario?

Ya por 1978 surgió en Italia, en las posiciones extraparlamentarias el término nazi-maoísmo, que Giorgio Freda, en su revuelta ejemplar contra el sistema dio cohesión en su opúsculo La desintegración del sistema, Freda vincula el sentido de ruptura con la Ilustración y la democracia del nazismo con la revolución cultural de Mao. Posteriormente, en inicio del debate en el XXI, Guillaume Faye, presenta su proyecto del arqueofuturismo, el cual con una tendencia islamofóbica, se propone vertebrar el orden de la Tradición —entendida ésta como un reduccionismo pagano—, con el futurismo de Marinetti, y la técnicacomo valor fáustico a la manera de Spengler.

El cabalista neocristiano redivivo, Frank. J. Gaffney, en National Review, hace mención a la agenda genocida de Bush, que tiene como enseña la masacre en Fallujah de los marines, en donde se refiere a la necesidad de reforzar más a Israel, ya “que comparte los mismos valores morales con Estados Unidos” y enfrentar el: islamofascismo, esto es, el sentido de un combate metafísico incondicional.

Ya Goethe y Nieztsche entre los talentos más destacados de un verdadero Occidente, hacen referencia a los valores del Islam, el mismo, Julius Evola, destaca el sentido anagógico de los principios solares y guerreros del Islam, muy semejantes a la cosmogonía nórdica y azteca.

Gaffney registra puntualmente una tendencia, de la que no soy epígono, sino vanguardia. Ya en mi Manifiesto de la resistencia islámica iberoamericana, he hecho mención a que el Islam es la expresión más pura de la épica fascista. Aun con Gentile el fascismo considera que la vida sólo merece ser vivida por el heroísmo y la santidad, esto marca una diferencia rotunda con el materialismo de la civilización gangrenada. El neofascismo tiene en el Islam el poder de elevarse sobre sus limitaciones, como un mandato guerrero y
solar de Alá, en la visión de un neofascismo sacro.

 

El renacer del Islam y sus perspectivas futuras

 



Nueva mezquita de Grozny, Chechenia

Por Antonio Medrano

Uno de los fenómenos más llamativos del siglo XX es el renacer del Islam. Fenómeno que tiene lugar sobre todo en la segunda mitad de este siglo que se aproxima a su fin, y más especialmente a partir de los años setenta. El hecho resulta tanto más notable cuanto que el mundo islámico se hallaba aletargado, sumido en una profunda decadencia, en regresión progresiva desde tiempo atrás. Todo apuntaba a un lento pero inexorable retraimiento del Islam, incluso a su desaparición bajo la arrolladora oleada de las nuevas ideas y corrientes surgidas en Occidente en los últimos tiempos.
Si dirigimos la mirada hacia los dos últimos siglos observamos, en efecto, una expansión planetaria de la moderna civilización occidental. Es éste, sin lugar a dudas, el rasgo más definitorio de esta fase histórica que va preparando el terreno para el mundo en que actualmente vivimos. A partir del siglo XVIII, se registra un auténtico proceso de occidentalización universal, que llega a su culminación con el triunfo de la revolución industrial y el avance de las ideologías igualitarias. El mundo occidental, que se ha desprendido de su propia tradición espiritual, para instaurar una civilización profana, materialista y racionalista, trata de imponer al resto de la humanidad sus propios esquemas y su forma de vida, buscando incluso someter a su poder económico, político y militara los pueblos de todos los continentes.
Los pueblos de religión islámica no serán ajenos a esta honda expansiva de tan tremendas repercusiones. La ofensiva occidentalista se cebará en ellos con especial virulencia, pues no en vano son los más próximos a ese mundo en ebullición del que partirán las líneas directrices configuradoras del orden mundial. En el inundo islámico el impacto occidentalizador sumirá dos formas de principales: el colonialismo y las dictaduras modernizadoras.
Los países árabes y musulmanes, tanto del norte de África como de Asia, en especial del oriente próximo, serán víctimas de la voracidad imperialista de los países europeos, sedientos de materias primas y de tierras y poblaciones sobre las que proyectar su poder material. Las potencias europeas, sobre todo Inglaterra y Francia, se aprovechan de la debilidad y corrupción de los gobiernos de dichos países islámicos para irlos incorporando paulatinamente a sus imperios coloniales. Esa incorporación colonialista viene acompañada, lógicamente por la inoculación de toda clase de ideas y modos de vida occidentales, con la consiguiente laminación de las creencias y convicciones islámicas. Y esta situación se mantiene, con diversas vicisitudes, hasta la Guerra Mundial, tras la cual entra en crisis la expansión colonial europea para ceder el puesto a nuevas y más sutiles formas de neocolonialismo, sobre todo de signo soviético o norteamericano.
Junto al fenómeno, colonial, a veces como reacción frente a él, se registra en los países islámicos, sobre todo a partir de los años 50, una corriente no menos nociva: las dictaduras revolucionarias y modernizadoras que, envueltas en el ropaje de una mística nacionalista, pretenden instaurar una ideología y tinos sistemas políticos, sociales y culturales poco acordes con la tradición islámica o, peor aún, en abierta contradicción con la misma. Toda la energía de dichos regímenes dictatoriales va dirigida al establecimiento de formas laicas y secularizadas, cuando no abiertamente ateas, calcadas de las imperantes en el moderno Occidente. Se trata, pues de una occidentalización forzada, que hace tabla rasa de todo lo que puedan ser principios o valores islámicos.
Esta oleada anti‑islámica forjada en el seno de los mismos pueblos musulmanes a consecuencia del contagio del bacilo occidental, se inicia ya en la segunda década del siglo con la revolución de Kemall Ataturk en Turquía, que se esfuerza por barrer cualquier rastro de cultura islámica, empezando por la manera de vestir o el alfabeto y terminando por el cierre de las escuelas sufíes. Es continuada posteriormente por los numerosos movimientos, revoluciones y regímenes políticos que intentan sacar de su marasmo y poner «a la altura de la historia» a las naciones afectadas, modernizándolas y occidentalizándolas, es decir, desislamizándolas de forma más o menos brusca. A esta línea obedecen, entre otras: la revolución nasserista en Egipto; la dictadura del Sha en el Irán; el régimen socializante del Baas en Siria, Irak, con su posterior desembocadura en el sanguinario despotismo personal de Saddam Hussein; la dictadura de Siad Barr en Somalia, el régimen filo‑marxista del FLN en Argelia o el régimen comunista de Babrak Kemal en Afganistán.
Se pueden distinguir dos vertientes o modalidades en esta corriente dictatorial secularizadora: la de inspiración socializante, incluso abiertamente marxista, situada bajo la inspiración y la férula de la Unión Soviética, y la de aliento capitalista, pro‑americana y antisoviética, más inclinada a confiar en la protección de los Estados Unidos. Pero el enfoque y el proyecto básico es siempre el mismo: un propósito decidido y vergonzante de desislamización a ultranza. El que muchas de estas dictaduras anti‑islámicas se hayan arropado en un supuesto islamismo, como ingrediente de un nacionalismo árabe — es el caso de Saddam Hussein, blandiendo el Corán para dar un aire de respetabilidad a su régimen ateo y antimusulmán — no altera en nada la realidad ni debe inducir a engaño.
Esta es, pues, la situación que presenta el mundo islámico en esta hora histórica, ya muy entrado el siglo XX, en que las religiones van perdiendo terreno, como algo anticuado y propio de un pasado lleno de supersticiones, en beneficio de la religión laica del progreso. Todo parecía dar la razón a los heraldos del materialismo y el laicismo progresista que entonan el réquiem por ese «opio del pueblo» que, de acuerdo a sus peculiares esquemas ideológicos, constituiría la religión, la islámica al igual que todas las demás. En semejante ambiente, los pueblos musulmanes —o al menos sus élites dirigentes— sufren un agudo complejo de inferioridad que les hace mirar como un lastre su más valiosa herencia. Poseídos por una amnesia espiritual, se avergüenzan de su patrimonio sagrado y se aferran a las concepciones modernas importadas de Occidente como si en ellas estuviera su tabla de salvación.
Pero en la segunda mitad de este siglo tiene lugar una inversión radical de esta tendencia de regresión de lo islámico. Se produce un auténtico renacimiento del Islam, de su cultura, de sus valores. Los pueblos musulmanes vuelven sus ojos, cada vez con más fuerza y convicción, hacia su propia tradición. El hito capital en este giro histórico, el hecho más sintomático y significativo en esta nueva andadura, es la revolución del Imán Khomeini en el Irán chiíta. Por primera vez en estos tiempos de ateísmo teórico y práctico triunfa una revolución de inspiración religiosa, y ello en un país tan significativo como Persia o Irán, marcado desde sus orígenes con una misión providencial en la historia de la humanidad. Desde entonces el mundo islámico no ha cesado de adquirir fuerza y protagonismo en el escenario mundial.
Tras ese acontecimiento decisivo se va desencadenando en los países de cultura islámica una serie de reacciones, movimientos y corrientes organizadas que buscan revitalizar la propia tradición.
El renacer del Islam ha ido acompañado por toda una serie de manifestaciones externas, políticas, sociales y culturales, sobre las cuales nos han informado ampliamente la prensa y los medios de comunicación, aunque desgraciadamente no siempre de forma objetiva, verídica ni fiable. Manifestaciones que van desde la revolución iraní a la lucha de Chechenia por su libertad; desde la rebelión del pueblo afagano, contra el régimen comunista y la injerencia soviética —la heroica lucha de los afganos fue uno de los ingredientes que determinaron la caída del comunismo—; desde la efervescencia combativa de los núcleos musulmanes en el Líbano o Palestina a la eclosión en Turquía de grupos bien organizados que, dando la espalda a la herencia se esfuerzan por construir una auténtica cultura islámica, acercándose a los aledaños del poder; desde los incipientes balbuceos de los movimientos fundamentalistas en Marruecos a los avances del FIS en Argelia y las consiguientes reacciones de los gobernantes occidentalizados para frenar dicho avance; desde el despertar de la martirizada Bosnia, en el sudeste europeo, a la progresiva ascensión de los musulmanes negros en los Estados Unidos, bajo el liderazgo de Farrakhan. ¿Quién sabía hace años que existía en el Cáucaso un país llamado Chechenia o que en Bosnia Herzegovina existían núcleos musulmanes? He aquí algunos pequeños pero elocuentes indicios del protagonismo creciente que va adquiriendo el Islam en esta segunda mitad del siglo XX.
Pero junto a todo esto, que es en lo que se quedan las informaciones periodísticas, hay algo mucho más importante y profundo: el reverdecer de toda una tradición espiritual, el nuevo florecimiento de una rica herencia sagrada.
El aspecto sin duda más decisivo del actual renacer islámico, aunque de esto no hablen los periódicos, es el resurgimiento intelectual, en el más riguroso sentido de la palabra. es decir, el reaflorar del más valioso y profundo legado (te la tradición islámica, de su contenido sapiencial. Se registra en nuestros días, en efecto, un redescubrimiento en toda regla de las fuentes de la sabiduría, del Irfan. Se extiende y afianza el sufismo, la corriente mística y exotérica que hunde sus raíces en los orígenes mismos de la revelación coránica.
Es significativo que en este siglo, y más concretamente en los últimos decenios, se hayan escrito, precisamente en Europa, obras capitales sobre la teología, filosofía, metafísica y mística islámicas. Obras como Comprender el Islam de Frithjof Schuon, probablemente el más completo y profundo estudio sobre la visión islámica del mundo y de la vida que se haya publicado hasta ahora, o la monumental biografía del Profeta Muhammad escrita por Martin Lings. No podrían dejar de citarse asimismo las eruditas aportaciones de Henry Corbin, que nos han permitido conocer la riqueza de la espiritualidad persa, o los documentadísimos trabajos de Seyyed Hossein Nasr sobre la ciencia, el arte y la filosofía del Islám. A todo ello habría que añadir las numerosas traducciones a lenguas europeas de textos clásicos de los principales maestros del Irfan y del Tasawuf: Ibn Arabí, Rumi, Al‑Gazali, Suhrawardî. Gracias a esta ingente labor intelectual la gran riqueza espiritual y cultural del Islam resulta hoy accesible para cualquier europeo o americano que desee conocer a fondo este mundo que hemos tenido siempre tan próximo y tan distante.
Forzoso es precisar que este renacimiento del Islám, que tiene lugar ante nuestros ojos de forma tan espectacular se inserta cada vez con mayor fuerza, ante la crisis de la actual civilización materialista y racionalista, y que constituye uno de los rasgos sobresalientes de los tiempos que vivimos. TI‑as el vacío creado en el alma humana por las ideologías y concepciones ateas, inhumanas, reduccionistas que han dominado el panorama mundial durante los últimos siglos, se vuelve la mirada a la religión y la espiritualidad, única fuerza capaz de dar respuesta a los problemas que plantea la vida.
No sólo resurge el Islam en nuestros días. Un renacer paralelo se da en las demás religiones. Viento de renovación y de revitalización recorren tanto el mundo cristiano como el hindú o el budista. Baste echar una mirada a lo que ocurre con Rusia y la Europa del Este, donde trae el desmantelamiento del sistema comunista, con su materialismo y su ateísmo militante, las iglesias vuelven a llenarse de fieles ansiosos de dar sentido a sus vidas. Y algo semejante se constata en los Estados Unidos, la tierra de promisión del materialismo capitalista, donde las corrientes de renovación cristiana proliferan y crecen a pasos agigantados. Nuevas escuelas, agrupaciones o comunidades surgen por doquier con el deseo de reentroncar con las fuentes de la propia tradición espiritual, de redescubrir su mensaje prístino y sapiencial y hay que tomar nota asimismo de la difusión que va adquiriendo la espiritualidad oriental: crece de día en día el interés por las doctrinas espirituales del Oriente — Taoísmo, Hinduismo (Yoga, Vedanta) y Budismo (Zen, Shinshu, Vajrayana o Budismo tibetano) — así como por el mensaje místico de pueblos indígenas masacrados por la civilización moderna, como por ejemplo los pieles rojas norteamericanos.
Y ya que hablamos del islam, no puede dejar de mencionarse la decisiva contribución que han hecho numerosos autores musulmanes a este general renacimiento espiritual y religioso que se extiende por todo el mundo. En Occidente hay que destacar, en este sentido, la labor del francés René Guénon, a quien corresponde el mérito de haber iniciado la llamada corriente caracterizada por su carácter ecuménico y por su profundidad esotérica. Guénon, que abrazó el Islam, insertándose en una vía sufí, termino sus días en Egipto, donde vivió con el título de Sheikh Abdel Wahed Yahia. Nadie ha hecho tanto como René Guénon por devolver su a las ciencias sagradas y por mostrar el camino que conduce a la superación de la crisis en que se halla sumido el mundo moderno. Su obra ha sitio una aportación de primer orden para la restauración de la Filosofía.
Son muchos los autores que han continuado la tarea iniciada por Guénon y han seguido con gran brillantez el camino por él abierto. Entre ellos abundan los que se sitúan en una perspectiva islámica, a algunos de los cuales ya nos hemos referido con anterioridad. Además de los ya citados Martin Lings, Frithjof Schuon, cabe mencionar a Mihail Valsan, Léo Schaya, Titus Burckhardt o Gay Eaton.
Un detalle significativo, que llama poderosamente la atención en tales autores es el sincero respeto a todas las tradiciones ortodoxas y el profundo conocimiento que tienen de todas ellas. Para quien se acerca por primera vez a sus textos, no deja de resultar chocante el hecho de que estos autores no se lancen a una acción de propaganda en favor de la fe en la que viven. Sorprende la ecuanimidad con que hablan de las diversas vías espirituales de la humanidad. Nada más ajeno a sus exposiciones y enfoques que el fanatismo, el proselitismo, el partidismo superficial y exclusivista. Se trata de autores que no pretenden difundir el Islam, no buscan convertir al interlocutor o al lector, aunque ofrecen enfoques profundísimos de la tradición islámica que demuestran conocer a la perfección.
U no de los efectos que ha tenido la labor intelectual de los autores mencionados han sido precisamente la renovación en profundidad del Cristianismo, es decir, la recuperación de su más honda sabiduría, de su mensaje esotérico y metafísico. Por paradójico que pueda parecer, este ha sido uno de los frutos de la semilla sembrada por Guenón. En este descuella la labor de autores como Jel Abbé Stephane, Jean Hani, Jean Borella, Louis Charbonneau‑Lassay, Jean Tourniac, François Chenique, Lord Northbourne, Tage Lindbon o Philip Sherrard, para citar solo algunos de los más significativos.
Hasta aquí hemos hablado de los aspectos positivos que presenta el renacer del islam y de sus prometedoras esperanzas para el futuro. Pero es menester hablar ahora de los peligros y las amenazas que se ciernen sobre el mundo islámico en su conjunto y que pueden frustrar ese luminoso renacer como ya aconteciera en épocas pretéritas. ¿Cuáles son tales peligros? Yo señalaría tres principales, que se insinúan de forma amenazadora en la actualidad:

1.      La instrumentalización del credo islámico;

2.      El contagio de ideas occidentales;

3.      El reduccionismo de lo islámico a ciertos aspectos, con el   descuido de sus dimensiones más hondas e importantes.

En primer lugar, hay que alertar sobre la instrumentalización que puedan hacer del islam determinados grupos, corrientes o individuos a los que el islam importa muy poco, o que incluso lo desprecian y lo odia, y que no harán otra cosa que utilizarlo para ponerlo al servicio de sus oscuros objetivos: su ambición y su afán de poder, sus ideologías modernistas y materialistas, sus propósitos megalómanos o sus locuras mesiánicas. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en la Argelia del FLN, que pretendía arropar su progresismo marxista en creencias islámicas, o en el Irak de Saddam Hussein, cuando éste llama a la "guerra santa" o enarbola frases del Corán para movilizar a las masas en defensa de su régimen amenazado. Ocioso es hacer notar el riesgo de desnaturalización y falsificación que, para el mensaje islámico, injusta e inmerecida, que puede despertar en sectores no islámicos que, ignorantes de lo que el Islám realmente es, tomen esa contrafacción pseudoislámica por una expresión de islamismo.

Segundo peligro que apuntábamos: el contagio de ideas o sugestiones recibidas de la moderna civilización occidental, que son completamente ajenas a la tradición islámica pero que muchos intentan amalgamar con el Corán y el credo islámico. Así por ejemplo, las ideas de democracia, de progreso, de revolución. En este sentido, hay que mencionar también fenómenos como el socialismo, el nacionalismo o el terrorismo. Fenómeno este último, extremadamente grave y altamente sintomático de la descomposición moral del Occidente moderno, que ha sido acogido con suicida entusiasmo por numerosos movimientos del mundo árabe y musulmán en general. Como puede apreciarse este peligro va íntimamente ligado al anterior, siendo inseparable de él.

Por último, habría que aludir al peligro más grave y que está en la base de los otros dos, aunque pueda parecer de menor rango: el intento de reducir el Islam a los aspectos más superficiales y accesorios de la tradición musulmana. Es decir, la hipertrofia de su dimensión exotérica, importante sí, pero siempre superficial y subordinada a aspectos más profundos y elevados. Conviene no olvidar que esta hipertrofia exotérica lleva inevitablemente asociada la perdida de dimensión sapiencial de dicha tradición, la ceguera o la aversión hacia ella. Y no hay que perder nunca de vista que — al igual que ocurre con cualquier otra tradición espiritual, que tiene en la Sabiduría o núcleo esotérico su fuente de vida— el Irfan o sabiduría es el corazón mismo del Islam. No habrá renacer del Islam sin una previa recuperación y afirmación del Irfan. La reducción del Islam a sus aspectos más exteriores trae, por el contrario, como consecuencia la deformación, la degeneración el empobrecimiento de dicha tradición.

Fácil es imaginar las funestas consecuencias que tiene por fuerza que acarrear la confluencia de los tres factores apuntados: instrumentalización, contagio , y reduccionismo. Y hay que volver a insistir en que es el tercero de ellos el que hace posible y propicia la aparición de los otros dos. En efecto, una tradición que ha dado la espalda a su propia sabiduría está inerme ante los vaivenes que sacuden la historia y queda a merced de las aberraciones, errores y sugestiones que circulan en el ambiente.

He aquí, pues, la conclusión de este somero examen: el Islam desempeña ya un gran papel en el mundo actual, sobre todo como fermento espiritual. Y está llamado a desempeñar un papel todavía más importante en el siglo XXI, en el próximo milenio.

Para ello el mundo islámico deberá, por un lado, revitalizar su núcleo espiritual, profundizar en él y cultivarlo con esmero, pues sólo así podrá permanecer fiel a su más auténtica esencia y a su más hondo mensaje. Por otro lado manteniendo un espíritu abierto, que está en la raíz del mensaje del Profeta Muhammad, deberá evitar desplazarse hacia posiciones que impliquen una actitud de agresividad, de conquista, de violencia o de exclusivismo que no harían sino provocar reacciones hostiles.

De este modo, rechazando los engañosos cantos de sirena que le incitan a seguir otras rutas y que pretenden hacer de él un elemento perturbador o desestabilizador, el mundo islámico que en este nuestro siglo despierta de nuevo podrá contribuir de manera decisiva a la edificación de un mundo más justo y armónico, que encuentre su fundamentación y arraigo vii la 1 111 divina. Será un mensajero de paz, orden y libertad en este mundo de caos, esclavitud y violencia, y podrá al mismo tiempo desempeñar su misión histórica de puente entre Oriente y Occidente, que hoy día se hace tan necesaria.

En la esperanza de que esto ocurra, contemplando la esperanzadora promesa de este renacer y conscientes de la Fuerza sobrenatural que mueve ese renacer del Islam, podemos decir, con nuestros hermanos musulmanes: Al hamdu‑li‑llah, "Alabado sea Dios". 


 

 

 

 

 










 

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Goethe y el Islam





“Es en Oriente”, señaló el escritor alemán Frederic von Schlegel, “donde debemos buscar el supremo romanticismo”. Esta frase muestra a las claras la influencia que el Oriente musulmán ejerció sobre los escritores alemanes de principios del siglo XIX.

Entre estos escritores destaca por méritos propios la figura de Johann Wolfgang von Goethe, que está considerado como el mejor escritor en lengua alemana de todos los tiempos. El nombre de Goethe ha sido dado al Instituto estatal de Alemania que está encargado de difundir el idioma alemán en todo el mundo, así como a incontables instituciones.

Cuando era joven, Goethe quiso realizar estudios orientales, pero su padre le obligó finalmente a estudiar leyes. Goethe siempre admiró a los primeros viajeros a Arabia (Michaelis, Niebuhr) y estaba fascinado por la lectura de lo que ellos publicaron acerca de sus viajes.

Goethe siempre consideró que no había sido una mera casualidad, sino un hecho providencial lleno de significado, el que en el otoño de 1813 un soldado alemán de las tropas napoleónicas que regresaba de España le trajera un viejo manuscrito en árabe de la época de Al Andalus. Este manuscrito contenía la última Sura (Capítulo) del Corán, la 114, “An Nas” (Los Hombres). Goethe intentó más tarde copiarla con la ayuda de algunos profesores de Jena, que le habían ayudado a traducir el contenido del manuscrito.

En 1814, Goethe visita a un grupo de musulmanes rusos de etnia bashkir del Ejército del zar Alejandro I, que estaban utilizando el instituto protestante de Weimar como una mezquita improvisada para realizar allí sus oraciones. En su carta a Trebra (5-1-1814), Goethe escribe: “Hablando de profecías, tengo que decirte que hay cosas que están ocurriendo en estos días que ni a un profeta le hubieran permitido decir. ¿Quién habría podido afirmar hace unos años que habría habido un servicio religioso musulmán y que algunas Suras del Corán iban a ser recitadas en el auditorio de nuestro instituto protestante?. Sin embargo, esto ha ocurrido y acudimos a la oración de los bashkires, vimos a su mullah y recibimos a su príncipe en el teatro. Yo fui obsequiado, como favor especial, con un arco y unas flechas que, en eterno recuerdo, colgaré sobre mi chimenea tan pronto como Dios decrete un feliz retorno para ellos”.

En realidad, la actitud positiva de Goethe hacia el Islam va mucho más allá de la que hubiera tenido anteriormente cualquier alemán. Él mismo escribe, en tercera persona, el 24-2-1816: “El poeta (Goethe)... no desmiente las sospechas de que él mismo sea un musulmán”. (WA I, 41, 86). Más tarde, Goethe se muestra aún más abiertamente como musulmán: “No puedo decirte más que esto: Trato de permanecer en el Islam” (Carta a Zelter. 20-9-1820).

También escribe en una de sus obras cumbre, el “Divan”:

“Es estúpido que todo el mundo
esté alabando su opinión particular
Si el Islam significa sumisión a Dios,
todos vivimos y morimos como musulmanes”.


En los años 1814-1815, Goethe empieza a estudiar en Jena el idioma y la literatura árabes con algunos profesores de estudios orientales, como Paulus, Lorsbach y Kosegarten. Después de ver sus manuscritos y haber conocido el Corán, Goethe sintió el fuerte impulso de aprender árabe. Él copiaba algunas dúas (súplicas a Dios) islámicas y más tarde escribió: “En ningún otro idioma el espíritu y la letra están plasmados de una forma tan primordial”. (Carta a Schlosser, 23.1.1815). Goethe estudió gramáticas de árabe, libros de viajes, poesía, interpretaciones del Corán, antologías y libros sobre la Sira (la vida del Profeta Muhammad). A Goethe le gustaba en especial un traducción de la obra “Diwan” del poeta persa Muhammad Shamsuddin Hafis, realizada por J. Hammer. Todo esto le empuja a escribir su propio Divan, una obra poética que está claramente inspirada y referida a diferentes versos del Corán (Mommsen, pg. 269-270).

A la edad de 70 años, Goethe escribe (Notas y Ensayos al Divan, WA I, 17, 153) que intenta “celebrar respetuosamente esa noche –la Noche del Destino (Lailat ul Qadr)- en la que se le reveló el Corán al Profeta desde lo Alto”. También escribió: “Cualquiera podría maravillarse por la gran eficiencia del Libro. Esto es por lo que ha sido declarado como “increado” por sus reales admiradores (los musulmanes)”. A esto, añade: “Este libro continuará siendo altamente efectivo para toda la eternidad”. (WA I, 7, 35/36).

Hoy se conservan en el Archivo de Goethe y Schiller, localizado en Weimar (Alemania), los manuscritos de los primeros estudios coránicos de Goethe de los años 1771-1772. Goethe leía la traducción alemana del Corán realizada por J. Hammer y la traducción inglesa de G. Sale delante de los miembros de la familia Duke de Weimar y sus invitados. El gran autor alemán Schiller y su esposa escribieron acerca de estas públicas lecturas de Goethe (Carta de Schiller a Knebel, 22.2.1815). Goethe pensaba que las traducciones del Corán de que disponía eran insuficientes y siempre estaba pidiendo más. En el Divan, Goethe escribe:


”¿Es el Corán eterno?
No lo dudo.
Éste el es libro de los libros
Lo creo más allá del deber de los musulmanes (de creerlo así)”
(WA I, 6, 203)


En este mismo sentido, Goethe habla de la diferencia entre un profeta y un poeta. “(Muhammad) es un profeta y no un poeta y, por lo tanto, su Corán tiene que ser visto como una ley divina y no como un libro humano escrito para la educación o el entretenimiento”. (Noten und Abhandlungen zum Westöstlichen Divan, WA I, 7, 32).


Además de la fascinación que le produce el lenguaje del Corán, así como su belleza y sublimidad, Goethe se siente atraído también por su significado religioso: la Unidad de Dios y la convicción de que Él se manifiesta en Su creación. En los primeros manuscritos de Goethe podemos ver que reprodujo diferentes versos del Corán que hablan de cómo el hombre debería contemplar la naturaleza y todos sus fenómenos como signos de la acción divina. La multiplicidad y complejidad de los fenómenos naturales indican también la existencia de Un Dios único. Goethe habla de “la grandeza de Dios en lo pequeño” (Gottes Grösse im Kleinen).

Goethe estaba también impresionado por la revelación coránica de que Dios habló a la humanidad a través de una serie de profetas. En 1819 Goethe dice -comentando el verso 4 de la Sura de Abraham (14): “No mandamos a ningún enviado que no hablara en la lengua de su pueblo, para que les explicara con claridad”-: “Es cierto lo que Dios dice en el Corán”. (Carta a A. Blumenthal 28.5.1819). En su Carta a Carlyle (20.7.1827), Goethe hace también referencia a este verso coránico: “El Corán dice: “No mandamos a ningún enviado que no hablara en la lengua de su pueblo”. Esta idea vuelve a aparecer en un ensayo escrito en 1827. En varios versos del Divan, Goethe se refiere también a la virtud islámica de dar ayudas a los necesitados y habla del “placer de dar”. (Die Wonne des Gebens).

Uno de los factores que llevaron a Goethe a interesarse por el Islam fue su rechazo hacia algunos de los dogmas de las iglesias cristianas, y muy en especial de la católica. “Hay muchas tonterías en la doctrina de la Iglesia” (Conversaciones con Eckermann, 11.3.1832).
En el Divan, Goethe refuta asimismo el dogma cristiano de la divinidad de Jesús y afirma la Unidad de Dios:

“ Jesús se sintió puro y reflexionó
únicamente sobre el Dios Único.
Quién le hizo ser un dios
ofende su sagrada voluntad.
Y, de este modo, la verdad tiene que resplandecer,
tal y como Muhammad también logró hacer.
Por medio sólo del nombre del Uno
él gobernó todo el mundo”.

Goethe manifiesta asimismo en el Divan el valor que tiene el vivir el momento presente frente a la actitud resignada del Cristianismo que relega el disfrute de las cosas únicamente a la otra vida.

Finalmente, en el poema de los Siete Durmientes, contenido en el Divan, Goethe llama a Jesús profeta (en consonancia con las enseñanzas islámicas): “Éfeso durante muchos años / Honra las enseñanzas del Profeta Jesús”. (WA I, 6, 269).

Goethe estaba también fascinado por algunos escritos sufíes y, más especialmente, por la metáfora de Saadi Shirazi sobre el “vuelo en el amor”, es decir, sobre el vuelo hacia la luz tras la muerte. Goethe incluye así un poema en el Divan, “El anhelo del gozo”, en el que refleja esta metáfora de Saadi. Asimismo, en el capítulo dedicado al sabio sufí, Yalal ul-Din Mevlavi Rumi, reconoce la importancia del recuerdo de Al-lah (Dios) en el Islam: “El rosario de cuentas musulmán, por medio del cual Al-lah es glorificado por sus 99 Atributos, es una letanía de alabanzas. La afirmación de estos Atributos aproxima al Ser (Wesen) inabarcable. El adorador se encuentra entonces atónito, sometido y calmado”. (WA I, 7, 59)".

http://www.musulmanesperuanos.com/articulos/goethe.htm