Tras el asesinato de Alí en una mezquita de Kufa (actual Irak) asume como califa en el año 660, el gobernador de Siria, Moawiya, dando inicio a la dinastía de los Omeyas. La primera resistencia que tuvo fue de parte de un hijo de Alí (segundo Imam), llamado Hasan, quien respaldado por los “seguidores” y de acuerdo a lo que invocaban como última voluntad de Alí, se había proclamado Califa. Ante la dualidad del poder, Moawiya lanzó su ejército contra Hasan, quien finalmente terminó reconociendo al gobierno califal existente. Moawiya desconoció todo lo acordado, y tras su muerte subió al trono califal su hijo Yazid, previo asesinato de Hasan como potencial sucesor. El enfrentamiento entre las dinastía de los Omeyas y los Shiítas estaba planteado. Yazid continuaría con la política hostil de su padre hacia los shiíes. El otro hijo de Alí y tercer Imam, Hoseyn, estaba decidido a no dar su obediencia al califa Yazid, aún sabiendo perfectamente que dentro de los planes del gobernante estaba su asesinato. Y aquí es cuando empieza a tener lugar uno de los acontecimientos más importantes en la historia del Islam.
El enfrentamiento entre Yazid y Hoseyn no tenía vuelta atrás. Veamos como narra esta tragedia Allamah Tabatabai en su libro “El Islam Shiíta”: “Era consciente –Hoseyn- de que su muerte era inevitable frente al imponente ejército de los Omeyas, apoyado como estaba por la corrupción de ciertos sectores, el declinar espiritual y la falta de fuerza de voluntad entre la gente... Alguna gente de La Meca le advirtió del peligroso movimiento que estaba liderando. Pero respondió que se negaba a prestar su fidelidad y dar su aprobación a un gobierno injusto y tirano”. En la ciudad de Kufa, nos dice Tabatabai, los soldados de Yazid habían asesinado al representante de Hoseyn, mientras le esperaban para matarlo. “No tenía ninguna otra posibilidad más que marchar al frente y enfrentar la muerte... En el desierto de Kerbalá, el Imam –Hoseyn- y su entorno fueron rodeados por el ejército de Yazid. Durante ocho días permanecieron en el lugar mientras el círculo se estrechaba y aumentaba el número del ejército enemigo. Finalmente el Imam y su familia, junto a un pequeño número de compañeros fueron encerrados por 30.000 soldados”. Hoseyn seleccionó a sus compañeros, y en breve discurso les dijo que no esperaran otra cosa más que la muerte y el martirio. Además, les pidió que se fueran, pues el enemigo sólo estaba interesado en su persona, liberándolos de toda obligación. Luego de apagadas las luces en la noche, algunos se dispersaron, pero un puñado de sus íntimos ayudantes se quedaron junto a él. Nuevamente les pidió a los que se quedaron que salvaran sus vidas, pues Yazid sólo quería terminar con él. Pero en esta ocasión, el reducido número de personas que lo acompañaban se negaron a retirarse, respondiendo “que no se desviarían ni por un momento del sendero de la verdad, de la cual él era el líder y que nunca lo dejarían solo. Dijeron que defenderían su causa hasta la última gota de sangre y mientras pudieran empuñar una espada”. Al noveno día recibió el ultimatum, “obediencia o guerra”. Luego de hacer sus oraciones, determinó presentar batalla. Al día siguiente, se alineó frente al enemigo con su pequeño grupo de seguidores, menos de 90 personas, quienes “combatieron desde la mañana hasta quedar sin aliento, y el Imam y todos los jóvenes hashimitas y compañeros fueron martirizados”.
La tragedia de Kerbalá es conmemorada hasta el día de hoy como la Ashura. El día de la Ashura rememora anualmente el martirio del tercer Imam y nieto de Mahoma. Y ¿por qué hacemos referencia a este episodio de la historia islámica, nosotros que somos argentinos y mayoritariamente cristianos? Porque hay ejemplos que son universales, carecen de tiempo y lugar, de nacionalidad, credo y raza. Frente a una realidad argentina tan triste y oprobiosa, con una clase dirigente de lo peor que hemos tenido en muchos años, dirigimos nuestros pensamientos hacia gestos heroicos como el protagonizado por el Imam Hoseyn. Habiendo tanta gente que se desdice de lo que afirma, borrando con el codo lo que escribe con la mano, tan faltos de palabra, de conducta, de moral y de tantas virtudes importantísimas para nuestra sociedad, ante tanta mediocridad y bajeza humanas que vemos a diario, de aquellos que son incapaces de sostener una verdad aunque arrecien tormentas persecutorias, no podemos evitar el recordar en estas líneas aquella epopeya de la historia universal. Porque el hombre debe marcarse objetivos nobles y para lograrlos, debe emplear todo su esfuerzo. Debe defender su libertad con su vida. No abandonar la senda de la verdad y cambiarla por la mentira. El hombre debe combatir para preservar los valores humanos y divinos. Porque si no se sacrifica algo en el camino de la justicia, se pierden los valores espirituales y humanos. Si el hombre y la sociedad no pueden tomar partido contra quienes les oprimen, al menos no deben unirse a ellos.
Como muy pocos hombres en la historia, Hoseyn mantuvo su palabra inclaudicable hasta el final. No se rindió. Como aquellos patriotas que en la Vuelta de Obligado enfrentaron a las dos potencias colonialistas más poderosas del mundo, que prefieron presentar batalla y morir antes que dejar pasar a la escuadra anglofrancesa. Perdieron la batalla, pero ganaron la inmortalidad. Muchos compatriotas y hombres de bien en todo el mundo, padecen a diario las consecuencias de mantenerse firmes en sus convicciones. No son conocidos, no tienen prensa, ni son famosos. Pero son nuestros y valen mucho. El paradigma de Kerbalá representa un modelo a seguir en este mundo injusto, para todos los hombres libres que buscan la verdad. Porque todos los días son Ashura, y toda la tierra es Kerbalá.-
Por E.M.
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